Margarita Quiroz
Desde hace unos ocho meses es la ‘control’ de unos 25 ‘motoconchistas’ o ‘mototaxis’ que dan servicios de transporte en la parada de la Gustavo Mejía Ricard con la avenida Winston Churchill, justo en la acera de la tienda por departamentos La Sirena, en la capital dominicana.
Andreína Martínez es una más dentro de las dominicanas que viven casi tocando la línea más baja de la pobreza, sola, con hijo, y las garras suficientes para desafiar los avatares que impone la vida, pero destaca por ser una de las pocas o tal vez la única que trabaja como control de motoconchistas.
Esta mujer desde hace unos ocho meses es la ‘control’ de unos 25 ‘motoconchistas’ o ‘mototaxis’ que dan servicios de transporte en la parada de la Gustavo Mejía Ricard con la avenida Winston Churchill, justo en la acera de la tienda por departamentos La Sirena, en la capital dominicana.
Pero su labor no ha sido fácil. El trato hostil y poco solidario que ha recibido por algunos de sus compañeros ha sido la batalla más fuerte que ha tenido que librar, incluso más que el ambiente de precariedades en el que vive.
Cuando inició este trabajo Andreína dirigía unos 30 hombres, ahora sólo quedan 25, cada uno con formación familiar y educativa diferente, pero con un elemento detonante coincidente: el machismo.
Siempre está en el frente de La Sirena, ese es su espacio laboral, a través de la radio llama al ‘motoconcho’ de turno, cada vez que un cliente lo solicita. La demanda es continúa, al punto que sorprende. Vimos desde una de las bancas del establecimiento todo el movimiento. Andreína nunca descansa.
Las contradicciones entre ella y los ‘motoconchistas’ surgen cuando la persona de turno no está atenta y ella a manera de agilizar el trabajo se ve en la obligación de dar el turno al que sigue.
Pero, pese a todo lo que tiene que afrontar día a día no se desanima. Su norte es conseguir el sustento de su hijo de tres años. Por él ha trabajado en labores domésticas, vendido productos en la calle y hasta ha moliendo café.
Estudiaba Educación Inicial en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) pero desertó porque tenía que trabajar. Como control de ‘motoconchos’ gana 3,500 pesos semanales y con esto debe pagar cinco mil de casa, préstamo, pasaje, comprar leche para su hijo y comida para él y ella.
Llega a su lugar de trabajo todos los días a las 9:00 de la mañana desde Los Guarícanos, Villa Mella con las fuerzas de luchar y como dice: «para no hacer lo mal hecho», tratando de ‘romper brazos’ dentro de un ambiente machista donde ella es la única mujer.