Por: María de las Nieves Fals Fors
Historiadora del Arte
Cuando comienzo mis clases de Historia del Arte I que se imparte a estudiantes de carreras tan diversas como Educación Física, Idiomas y Artes en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, siempre debo partir de que entiendan lo que es el arte como forma de expresión humana. Tarea ardua hacer comprender un concepto tan debatido, tan subjetivo, pero tan trascendente, que surgió desde el mismo instante en que nos humanizamos, en que desarrollamos nuestras capacidades de creer y de crear.
El arte es una forma de expresión creadora que refleja la realidad y que tiene un carácter objetivo y a la vez se expresa a través de la subjetividad del artista. Ligado desde sus orígenes a la magia y a la utilidad, fue desarrollándose en base a leyes estéticas que fueron gestándose como principios de armonía y unidad.
Muy vinculado a lo estético como sensación de placer ante la belleza, a lo psicológico a través del acto liberador a que nos lleva la catarsis aristotélica, la fuerza del acto de la creación convierte al ser humano en un ente poderoso, capaz de engendrar cosas nuevas como sonidos, expresiones corporales, objetos funcionales o simplemente agradables con los que llenar sus espacios y cubrir no sólo aspectos prácticos sino también sus necesidades estéticas.
Entender que la pintura fue la base de la caligrafía de los jeroglíficos egipcios o chinos, que, en un proceso de estilización y abstracción, surgieron esos símbolos abstractos de formas semi concretas, descifrar la carga poética detrás de una vasija griega, portadora de vino en los tiempos antiguos y hoy transmisora de memorias, de historias, de relatos pasados aún vigentes, lleva entonces a mis estudiantes a volverse a preguntar, a pesar de mis explicaciones:” ¿Qué es el arte?”.
“¿La escritura es arte?” “¿Un ánfora griega puede ser arte?” “¿Una escarificación o tatuaje puede ser arte?” “Soy ebanista, entonces, ¿por qué muchos no me consideran un artista? “. Esas son algunas de las preguntas que formulan en la clase. Les respondo que el concepto de arte ha sido muy llevado y traído, que lo bello como categoría estética ha estado muy vinculado al arte y que, de acuerdo con nuestra comprensión de lo bello, muchas veces enfocamos el concepto de arte.
Filósofos como Platón y Plotino vincularon la belleza al bien, sea como parte de una trinidad platónica o como fuente y origen de la belleza inmedible de Plotino. Otros, como el Aristóteles griego y el Alberti renacentista, lo vincularon al orden, a las medidas, a la proporción basada en la lógica matemática. Otros negaron la posibilidad de que lo bello y el arte estuvieran ligados a lo útil como es el caso del ya mencionado Kant del siglo XVIII.
En el siglo XIX lo industrial no era considerado ni estético ni artístico, los diseñadores ingleses del Arts and Crafts vincularon lo artístico a lo útil, pero no a lo industrial, ya que veían a la máquina como la destructora de lo mejor de las personas.
Sólo en el siglo XX, con ese gesto poderoso del Duchamp, que convirtió en “fuente” sin propósito utilitario un urinario y con la propuesta de los futuristas, que vieron en la locomotora una nueva y más bella Niké de Samotracia, es que lo industrial se reivindica y se puede convertir en arte, en esa parte de la creación humana portadora de belleza y a su vez de fealdad, cargada de comedia y también de tragedia, sublime como el cielo y grotesca como las más bajas pasiones humanas.
Por tanto, el concepto de arte como se concibe hoy está cargado de un fuerte relativismo. En la hibridez conceptual del presente, en el carácter individual de todo enfoque de esta postmodernidad “líquida” donde todo es la nada y su opuesto, sólo nos queda intuir a través del sentido estético qué es el arte, compartir nuestras definiciones, renacer de su fuerza, sentirlo, vivirlo y realizarlo para que nunca muera lo mejor del ser humano.