Petra Saviñón Ferreras
Ahora que estamos en la era tecnológica y que llega para marcarnos al punto de que ya algunos osados vaticinan que modificará incluso la genética, es imposible obviar el contraste entre tanta modernidad y tantas carencias de tanto tipo, plasmadas incluso gracias a esa misma tecnología.
Así, aparatos sofisticados sirven para mostrar la abismal pobreza en la que viven tantos seres humanos, las costumbres más enraizadas como los remedios caseros, los brebajes para múltiples propósitos y el sincretismo religioso, servicios de misterio o vudú, que aquí cosechamos definido como “brujería”.
Por esos dispositivos son transmitidos igual actos que reafirman y hasta promueven las conductas más abyectas como los linchamientos, las torturas, las violaciones sexuales, y el maltrato animal.
Será por aquello de que ese exceso de modernidad que trae consigo casas, carros, vías inteligentes, inteligencia artificial y demás y demás, no queda divorciado de la condición humana, claro que no.
Al contrario, es tal vez una manera de recordar que la humanidad hecha de tantas incongruencias ha forjado esos avances tecnológicos a su imagen y semejanza.
Que los cerebros estarán más aptos para la rapidez, para la inmediatez, que la vista será más receptiva a las pantallas y los dedos tendrán un nuevo grosor acorde con los celulares.
Podría ocurrir que esa evolución llegue muy rápido ¿y la esencia del alma cuándo evolucionará para avanzar hacia una cultura de mejor convivencia, de solidaridad y respeto?