Por María de las Nieves Fals Fors.
Crítica de arte
Recuerdo hoy aquel tiempo cuando estudiaba Historia del Arte en la Universidad de Oriente, Cuba.
En las clases de Filosofía, me explicaban un concepto de crisis que me permitió mantenerme siempre, en lo personal, con una actitud optimista en medio de los peores momentos. Mis maestros definían ese término como oportunidad de cambio, lo interpretaban como acumulación de contradicciones que llevaban a un salto cuantitativo y cualitativo.
El arte siempre ha estado en medio de crisis cíclicas a través de su desarrollo en espiral. En la Prehistoria, los bisontes rupestres fueron sustituidos en el Mesolítico por dibujos de una fauna más pequeña y dinámica, que se mezclaba con los seres humanos en escenas de caza y ganadería.
El arte clásico grecolatino, centrado en el culto al cuerpo y a dioses creados a imagen y semejanza del Hombre, fue sustituido durante el período medieval por un arte centrado en lo religioso, donde la proporción de Policleto fue totalmente obviada.
Cuando en el Renacimiento la fe en el ser humano y la estabilidad política de Italia fueron puestas en entredicho por el saqueo de Roma, cuando la gente se sintió que no era capaz de todo y fue comprobando, a veces de forma muy dura, que había leyes, sucesos, casualidades que podían superar sus esfuerzos, sólo la piedad de la Virgen pudo sostener el cuerpo caótico de un Miguel Ángel-Cristo manierista que se entregaba en la Pietá Rondanini.
La infinitud espacial del Barroco cayó en crisis frente al siglo de las Luces en los momentos en que el Iluminismo y el Neoclasicismo volvieron a poner de moda a la Razón, al orden y a la medida, remedando, más de 2000 años después, los juicios de Aristóteles sobre lo bello.
A partir del siglo XIX, la rueda de la historia se fue acelerando, dando paso a un suceder cada vez más breve de estilos, movimientos y tendencias artísticas, imponiéndose la primacía del cambio en si mismo como valor, como principio de vida. Ya a principios del siglo XX llegan las Vanguardias, antecedidas por movimientos que las preludiaron como el Impresionismo y el Postimpresionismo.
Las vanguardias rompen con el concepto tradicional de lo bello en el arte occidental. En su búsqueda de renovación, asumieron paradigmas estéticos que se avenían mejor con el quehacer artístico de culturas que hasta entonces se habían considerado marginales, como las de los pueblos tradicionales africanos.
Las vanguardias, en sus diferentes variantes, unas veces fueron a lo geométrico y diverso, otras se movieron más hacia lo sintético y expresivo. En muchos momentos, se acercaron a la captación de universos paralelos que parten del onirismo. Generalmente se alejaron de la mera copia realista y se insertaron en la reinterpretación, mostrando la huella emocional más allá del agrado.
Los” ismos” vieron en el arte una ruta para huir hacia su interior, alejándose de un mundo en guerras. También lo percibieron como arma para denunciar, para gritar, para incidir sobre una realidad que los motivaba o angustiaba.
En los años 80 del siglo pasado llega la Postmodernidad, esa “Modernidad líquida” de Bauman que cada vez se vuelve más fluida, más mezclada, más confusa. Tanto es así que ya estamos en una Post-Postmodernidad en el tiempo de la Postpandemia, sin mascarillas unos, con mascarillas otros, muchos sin saber a veces en qué o en quién creer, aferrados algunos a Dios y pocos a la razón, mientras la inmensa mayoría estamos atados a nosotros mismos, a nuestras grandezas y limitaciones.
En medio de estos espacios existenciales, se mueve el arte único que ya no tiene nombre. El cubismo, el expresionismo, el surrealismo, el chorreado de un Pollock triunfante, se retroalimentaron e integraron con la reinterpretación de los grafitis de un Basquiat adolescente a través de un todo que bien pudiera ser la nada.
Y entonces … las noticias, ya “normalizadas” de los “ecologistas”, bomberos de Bradbury, que atacan en La Haya en este mes de diciembre a “La Joven de la Perla” de Vermeer de Delft, en lugar de sembrar un árbol para que en la primavera puedan anidar los pájaros. Luego, nos espanta un video que muestra cómo “Los almiares” de Claude Monet se “alimentaron” de un puré de papas recién lanzado por “bienintencionados” que se preguntaban “¿Qué vale más, el arte o la vida?”.
Estos hechos fueron antecedidos por acciones contra obras de Picasso y Van Gogh, en nombre de
la protección al medio ambiente y la lucha contra el hambre.
Si analizamos estos hechos de una forma diferente, podemos considerar que son parte de Performances, de representaciones “artísticas” y “constructivas”, basadas en destrucciones simbólicas, gracias a los cristales que protegen a las obras. También son una incitación para destruir de forma permanente los objetos artísticos bajo el maquiavélico principio: “El fin justifica los medios”.
Cada obra de arte es patrimonio de todos los seres humanos que las amamos, de los millones que han soñado alguna vez con mirarse en las pupilas infinitas de “La joven de la Perla”, de las multitudes que han deseado sentir el perfume figurado de girasoles, que se deshojan lentamente mientras un Van Gogh eterno no se suicida, sino que renace en las aves negras que vuelan sobre un campo de trigo.
El arte, sin embargo, sigue. Avanza desde las manos del escultor que talla un tronco de caoba con el que recorre las calles de la Universidad para intercambiar su obra-tótem por el pan de cada día.
En los pinceles de la pintora que recrea la poesía con pan de oro y la viste con matices de todos los tonos del arcoíris, se multiplica en el tiempo sin fin del performance de un maestro, chamán de fina estampa, que nos hace recorrer las rutas de alimentos ancestrales, envuelto en las espirales doradas del que todo lo espera.
El arte vive en almohadones blancos de azúcar y cepos, en un cubo derretido de acero inoxidable, en una araña de hierro, en una bandera errante que sostienen los guerreros de papel, en un gesto de amor, en una frase-verso, en un piano que resuena, rescatando la melodía olvidada de un compositor bohemio.
El arte perdura en el recuerdo y en la esperanza. El arte en crisis salta así desde “la crisis”, asaltando el futuro, mutando, reconstruyéndose una y otra vez, por siempre y para siempre, mientras vivan los sueños, mientras la razón y la emoción sean parte intrínseca de la condición humana.