Por María Fals
M.A. Crítica e Historiadora del Arte
En un universo cultural cambiante como es el nuestro, nuevos paradigmas se alzan. La crítica de arte que se ejercía observando un cuadro, distanciando el corazón y haciendo caso a la lógica de lo formal más que al pensamiento sensible, para luego publicar un texto culteranista en el que la selva de lo ininteligible impedía ver la luz, poco a poco va languideciendo como un jazmín en un cristal de murano.
El contacto con todos a través de las redes sociales, un lector-público cada vez más visual y virtual, los podcasts, las páginas webs, la rapidez de la vida y la democratización de los audiovisuales en YouTube, son entre otras las nuevas armas que los historiadores deben utilizar, sin dejar de comunicarse a través del texto escrito, ya sea impreso o digital.
Tener muchas páginas a la izquierda de lectura, dedicar miles y miles de horas a la observación directa o indirecta de productos artísticos de diversa índole, lograr la rapidez del vuelo de las sandalias de Hermes para capturar eventos trascendentes, construir un espíritu equitativo e inclusivo que no priorice a los establecidos y famosos, sumar a los nuevos talentos emergentes, son algunas claves que el crítico y el historiador del arte actual debe manejar.
En estos tiempos donde un artista seleccionado a una bienal vende en dos mil pesos una de sus obras más interesantes, donde vive en la miseria tanto talento artístico, y al mismo tiempo el gran público se siente fascinado cuando le enseñas a leer un cuadro, una puesta en escena, una melodía, es de legítima responsabilidad social y humana dar un giro de 180 grados a lo que hacemos, alejarnos del bureau que nos atrapa en un cargo o en una larga espera, para lanzarnos al océano de necesidades estéticas y materiales que tiene el artista y el pueblo, quien es a su vez receptor y coautor del milagro de la creación artística.
Si tenemos Facebook, Instagram, LinkedIn, demos en ellos publicidad a lo que acontece, no veamos a los críticos jóvenes recién graduados o en vías de hacerlo por encima del hombro, juntemos fuerzas, que ellos aprendan de nuestras experiencias, de nuestro modo de hacer y nosotros aprendamos de ellos como piensan las nuevas generaciones, qué cosas los tocan y los mueven, qué medio es ideal para fomentar una educación artística que no sea sólo una materia de las escuelas, sino que recorra el desafiante sendero de la educación no formal.
Impartir charlas, talleres presenciales y virtuales, desarrollar nuestro liderazgo, tener la valentía para enfrentar los miedos fabricados o reales, creer en nosotros mismos y en el ganar-ganar, unirnos sin rivalidades, sin grupismos ni banderías, no repetir esquemas obsoletos del texto único y del marco filosófico unitario, abandonar las paredes y salir a caminar los barrios con un Silvano
Lora en el corazón, identificándonos con el lema de “Arte y Liberación” recontextualizado, recordando al mismo tiempo la frase de un Martí latinoamericano: ”ser cultos para ser libres”.
La misión actual de todo el que ama el arte o se dedica a él, sea con una visión analítica o con una práctica creadora, es lograr que los marginados creadores y los marginados observadores recuperen los espacios que por mérito les pertenecen, que nuestro arte avance, como el Picasso eterno de la Etapa Azul hacia el Rosa de la esperanza, combatiendo las cuerdas mezquinas que lo atan con la combatividad de un Guernica.
Para lograr el crecimiento del arte del bien y la belleza en el mundo inmediato que nos rodea, se debe desarrollar una misión conjunta que incluye a críticos, historiadores del arte, artistas, estudiantes, gestores, coleccionistas, funcionarios vinculados, amantes de lo bello y toda persona sensible que se interese por la cultura artística.
Es por eso que apoyamos a los pinos nuevos de la crítica, viendo en ellos al relevo, a los gestores y analistas culturales que nos sustituirán por ley de vida, no considerándolos nuestros discípulos, obligados a rendirnos eterna obediencia académica a nuestros designios y criterios, sino apreciándolos como almas libres, dotadas de pensamiento analítico, reflexivo y crítico, personas con las que tenemos el deber y el honor de compartir nuestros saberes, considerando que son los llamados a continuar en libertad la realización de cambios que permitan el crecimiento del arte y de su valoración en el contexto dominicano actual y futuro.