Petra Saviñón Ferreras
La muerte del periodista Conde Olmos, después de las vicisitudes atravesadas en múltiples hospitales, viene a refrescarnos el remenión que urge el sistema de salud pública, la humanización que tanta falta le hace y el terrible daño que provoca su ausencia.
En los centros privados, en los que hace tanto pasamos de pacientes a clientes, la garantía de que el servicio puede ser pagado precede a la atención y es cruel, humillante.
Pero que esas mismas condiciones rijan para algunos estamentos públicos lastima, hunde las políticas estatales en las que la gente ha de estar en primer lugar. Porque es la gran constructora del Estado, la sustentadora de gobiernos, ha de ser siempre la protagonista de todas sus acciones.
¿Cuáles son las razones por las que a estas alturas una persona no tiene acceso a atenciones médicas, a ser recluida y atendida en un establecimiento público?
Ni siquiera planteamos aquí asistencia oportuna, de calidad, con calidez, un derecho inalienable. Solo decimos que en el caso de Conde no fue aceptado en muchos lugares levantados con el dinero del pueblo, lo que lo hace dueño. Sí, aunque parezca panfleto.
Ayer, seis días después del deceso, el hospital Francisco Moscoso Puello emitió un comunicado en el que afirmaba que permaneció cuatro días en una camilla en emergencias porque no cumplía con los criterios de ingreso, que no aclara en el texto y que luego fue dado de alta.
Anduvo de recorrido doloroso hasta que pereció tirado sin la menor sensibilidad en una cama para la que no aparecía ni una sábana y sin un responsable que dé la cara por su caso y por el de todos los que afrontan situaciones similares.
Conde murió, como muchos otros seres humanos sin que su voz llegara a los oídos de los que deben resolver o porque los tienen tapados de forma intencional o porque lo impide el ruido de los que les rodean para hacerles creer que todo está bien.
Ojalá que su muerte sea la última en esas circunstancias. Ojalá que este penoso desenlace sirva para que los que deben asumir entiendan a quien les deben el servicio, quienes son sus verdaderos mandantes y de donde viene el nombre mandatario.
Ojalá no sea mucho pedir.