El periódico elDigital.com.do reproduce un interesante reportaje publicado por el Clarín de Argentina, donde se destaca la labor de los peluqueros dominicanos y el importante terreno que han ganado gracias a su amabilidad y habilidades con las manos, tijeras y secador de pelo. Lea algunas experiencias
El barbero dominicano es como el chef peruano, como el tanguero porteño, como el cubano profesor de salsa: trabajan de lo suyo en todo el mundo. República Dominicana debe ser el país con más peluquerías por metro cuadrado. Allí, la barbería está dentro del presupuesto semanal.
Históricamente la plaza más deseada fue -y sigue siendo- los Estados Unidos. La segunda opción es Europa. Son las preferidas de las comunidades latinas. También hay barberías, aunque muchas menos, en Asia y África.
A Buenos Aires comenzaron a llegar hace diez años, como a Perú, Chile y Uruguay; las primeras se instalaron en Constitución. Pero en los últimos dos años se expandieron por buena parte de la Ciudad y el Conurbano, instalando un estilo que ya copian los argentinos. Se puede comprobar en las fachadas: el concepto “barber shop” reemplazó a la tradicional peluquería porteña, y en los locales se lucen los colores de la bandera dominicana. Además ya existen academias de barberías dirigidas por dominicanos.
Los peluqueros dominicanos ganan espacio y cada vez tienen más clientes porteños
Los peluqueros dominicanos dominan el uso de las máquinas y la navaja. Hay mujeres que ofrecen hacer trenzas y manos y pies. Foto. Maxi Failla
“Los peluqueros argentinos son muy buenos con la tijera, pero con las máquinas somos los mejores. Por más que haya cada vez más barberías, sigue habiendo trabajo para todos”, dice Andrade, dueño de “Imperio Flow”, que ya tiene cuatro sucursales en la ciudad, y que marca un poco cómo fue la evolución de los dominicanos en Buenos Aires. Abrió el primer local en Balvanera y a los meses en Palermo, Belgrano y Villa del Parque.
Los peluqueros dominicanos ganan espacio y cada vez tienen más clientes porteños
El dominicano Richard Rodriguez José Hidalgo Andrade Montilla en su peluquería Imperio Flow. Foto: Rolando Andrade
Otro cambio está en los tiempos. Antes la plaza “Argentina” era “la escala”: venían, trabajaban, ahorraban dinero y viajaban a Europa. Ahora llegan para instalarse, ya que algunos países del viejo continente no logran recuperarse de la última crisis.
Cada comercio tiene, como mínimo, tres barberos que pueden cortar pelo y emprolijar barbas y cejas. En muchas de ellas también hay mujeres que ofrecen hacer trenzas y manos y pies a los hombres, algo muy típico de los dominicanos. Otra característica propia son los monitores grandes donde se transmiten video clips de grupos de reggaetón, bachata, salsa y otros ritmos caribeños, a volumen alto. Otra muestra de lo multicultural que se volvió Buenos Aires.
«El que prueba con un barbero dominicano, no vuelve a su peluquero argentino»
Wander Sosa (24) dice que el mejor regalo de cumpleaños de su vida fue el de los 13 años. Ese día, en Santo Domingo, República Dominicana, su padrastro le cedió una silla en la barbería de la familia.
Sus primeros clientes habían sido unos lustrabotas. Eran niños de su misma edad, con quienes intercambiaba sus servicios sin dinero de por medio. Con ellos y otros amiguitos, practicó durante un año. Pero Wander, en la sucursal de Belgrano de “Imperio Flow Barber Shop” (Cabildo 2626), cuenta que todo había comenzado antes, mucho antes. “En Dominicana se hacen cortes tan perfectos que uno aprende mirando, de pequeñito. Allá es normal que un amigo, un primo o un hermano te haga retoques y la nuca a navaja. En muchas casas hay una máquina y uno crece con eso”.
Hacerse de una clientela le resultó difícil por el nivel de exigencia de los dominicanos, que suelen ir hasta dos veces por semana a hacerse las cejas, la barba o retocarse el cabello. El oficio le gustó desde un principio: por la bachata a todo volumen, el aire acondicionado, las charlas con los clientes y la convicción de saber que podría trabajar de lo mismo en cualquier rincón del mundo
Los peluqueros dominicanos ganan espacio y cada vez tienen más clientes porteños
Después de seis años en la barbería de su padrastro, Wander siguió los mismos pasos de su familia y de tantos colegas compatriotas: en 2012 emigraron a Buenos Aires y abrieron una en Once. Hoy mantienen ese local, e inauguraron otro en Wilde. “En aquellos tiempos venían clientes de todos lados”, recuerda. “Muchos llegaban desde el Conurbano, todos se iban re conformes. El que prueba con un barbero dominicano, no vuelve a su peluquero argentino. Lo que pasa hoy, que hay oferta en toda la ciudad y en los municipios, es algo que veíamos venir”.
Sosa aclara que el porteño se adaptó rápido las especialidades dominicanas. Primero “las cejas” y después, gracias a los futbolistas, el cuidado de la barba. Pero el primer gol en la Argentina habían sido las nucas a navaja. Sosa concluye porque un cliente se acaba de sentar en su silla: “Si en mi país todos supieran cómo nos está yendo aquí, muchos quisieran venirse ya”.
«A los porteños les gusta nuestra cultura»
La puerta es como una frontera: del otro lado Independencia al 1400 y toda la porteñidad. Pero de éste, Juan Luis Guerra suena a volumen alto, como si el lugar fuera un bar. Primero con “Burbujas de amor”, segundo con “Te regalo una rosa”, después con “Frío, frío”. Dan ganas de bailar, o mejor dicho de saber bailar. Hay cuatro barberos morenos, una morena que le coloca extensiones a otra morena; una bandera de República Dominicana, un televisor de 42 pulgadas, cuadros de fotos de jugadores de la NBA y la NFL (la National Football League de los Estados Unidos). Las dos culturas se unen cuando los porteños hablan como si fueran dominicanos: dicen “hola, hermano” al presentarse y “bendiciones” al despedirse. Y cuando se sientan y piden “cerquillo”, “cejitas” y otros términos dominicanos para sus cabellos.
Atrás de los sillones de peluquería, Carlitos Rodríguez cuenta sus inicios como barbero, en Santiago de los Caballeros, República Dominicana. “Trabajaba en el rubro textil y cada viernes iba a la barbería: tomaba mis cervecitas y me cortaba el cabello. Me gustaba el ambiente… para mis 30 años me compré una máquina y comencé a cortarle a mis hijos. Los vecinos que salían de trabajar y no llegaban a la barbería me buscaban y les cortaba en la vereda, después de las 10 de la noche. Ellos fueron mis primeros clientes”.
Ocho años después -en 2009- Carlitos, como muchos de sus vecinos y colegas, emigró: algunos lo hicieron a los Estados Unidos, otros a Suiza, España, Holanda; él aterrizó en Constitución. Trabajó como empleado en algunas barberías del barrio hasta que abrió la suya, en Monserrat. Su grupo de Whatsapp ayuda a tener dimensión del fenómeno: solo en su teléfono hay 70 contactos de dueños de barberías dominicanas en la Ciudad y el GBA.
Hasta 2015 atendía a más extranjeros que porteños: compatriotas, colombianos, venezolanos, paraguayos, algunos chilenos. Luego, el cliente número uno pasaría a ser el argentino. Hasta hoy. “El corte es un vicio; te acostumbras a verte prolijo y a que la gente te mire de otra manera; te sube el autoestima”, dice. Y sigue: “Hay porteños que vienen hasta dos veces por semana, aunque la gran mayoría lo hace cada siete días. Les gusta nuestra cultura y el ambiente, que los recibamos con una sonrisa siempre, la salsa y la bachata que ponemos los relaja y distrae. Tanto nos eligen que en Dominicana ya se habla de una nueva plaza para el barbero: Buenos Aires”.
«Una peluquera formada en Dominicana puede trabajar en todo el mundo»
Rossana Jiménez dice que las dominicanas son las clientas más coquetas de su peluquería. Las siguen las colombianas y las venezolanas. “La argentina viene cuando tiene un evento; en cambio la dominicana llega todas las semanas para arreglarse”, compara.
Sentada en su peluquería de San José al 1100, “Rossy”, como le dicen, cuenta que es de Santo Domingo y que a sus 15 años se inscribió en la academia. Después hizo cursos. Y antes de estudiar le había cortado a sus familiares. A sus 17, su papá le armó un saloncito en la entrada de la casa. Al tiempo alquiló su primer local, fue empleada en otro de un barrio alto y se independizó en una zona que dice que es como “la Recoleta de la ciudad”.
Esa recorrida le llevó más de una década. Escuchó historias de compañeras que viajaron a probar suerte a Europa o Estados Unidos. Comenzaban de empleadas y terminaban alquilando su propio local. “La peluquera que se formó en Dominicana está preparada para trabajar en todo el mundo”, asegura y desafía. “En mi país cortamos todo tipo de pelos. Esa es nuestra ventaja».
En 2008 aterrizó en Buenos Aires. Ni bien llegó, en el edificio de Constitución en el que se instaló le dijeron que una peluquería argentina pedía gente para trabajar. Fue, le hicieron una prueba y quedó. Se tuvo que adaptar al estilo argentino. “En Dominicana hacemos de otra manera las extensiones, los alisados, el secado, todo lo hacemos distinto”, recuerda. Atrás de ella hay tres clientas, todas compatriotas. Mientras las atienden, comen comida dominicana que les trajeron a domicilio. En la televisión se mira una telenovela mexicana. A diferencia de las peluquerías de hombres, aquí la bachata y la salsa sólo suenan los fines de semana. Además se ofrece ropa, carteras y zapatos que Rossy encarga desde Dominicana. “A las argentinas les encanta la moda de mi país. Es muy diferente”, agrega.
En 2011 inauguró “Sahaloon”, su primera peluquería dominicana en Buenos Aires. Cuenta que muchas clientas argentinas la siguieron. “En el presente la mitad son argentinas. Algunas llegan por ser amigas de dominicanas, otras por curiosidad y también están las que frenan en la puerta, entran a conocer el ambiente y se animan a probar”.
Esta semana su hijo mayor abrió su primera peluquería, en Chacarita. Pero los sueños siguen en Santo Domingo. En trabajar fuerte en Buenos Aires y en algún momento regresar y abrir peluquerías cerca de la familia y sus costumbres.
Fuente: Clarín