Por Ángela Rossó Aebischer
Las pocas veces que ha asistido a consultas, ha tenido que valerse de algunos amigos y familiares que no siempre le han dado seguimiento, razón por la que ha tenido que interrumpir las terapias.
Hablar de pobreza puede que resulte un argumento repetitivo porque se trata de un problema social que no podrá ser resuelto hasta que no se cambie la mentalidad de la gente, y el hecho de que sea utilizado esporádicamente para hacer proselitismo político le resta credibilidad a cualquier propuesta en ese sentido. Pero cuando hablamos de que una persona muere o pierde sus habilidades físicas por falta de atenciones médicas no se puede culpar a la pobreza; se trata de inhumanidad en su máxima expresión.
La sensibilidad humana debe obligarnos a cuestionar este sistema y a nosotros mismos por aceptar como normal que una persona no pueda comer con las propias manos, ni caminar, o asearse sin ayuda de un tercero, porque simplemente no existen las condiciones para ser tratado en un centro de salud. Ò peor aún, no existe un familiar o un amigo que lo lleve a un médico porque no se cuenta con un pasaje para trasladarse de una lejana provincia hasta la Capital, ¡no hay justificación!.
Una de las víctimas de la indiferencia dominicana es Pelegrín Adámez de 70 años, quien lleva 55 postrado en una silla de ruedas, y por falta de asistencia médica especializada desconoce cuáles son sus posibilidades de recuperación.
Desde esa vieja silla, que no soporta más remiendo, este hombre ha vivido situaciones terribles que arrodillan toda dignidad humana y desdicen de nuestra solidaridad.
Pelegrín perdió su madre al nacer y a los 16 años comenzó a padecer de una extraña atrofia que fue no tratada hasta muchos años después cuando ya estaba paralizado, el padre y la madrastra no se ocuparon de la situación porque no era una prioridad para ese entonces.
Las pocas veces que ha asistido a consultas, ha tenido que valerse de algunos amigos y familiares que no siempre le han dado seguimiento, razón por la que ha tenido que interrumpir las terapias.
Aunque no se puede mover sin ayuda porque se le han atrofiado las extremidades, tiene sensibilidad en las piernas y las caderas, lo que indica que es posible que pueda recuperarse.
Pelegrin Adàmez es un poeta, un soñador, en los versos que apena puede escribir con sus manos temblorosas, realiza la grandiosidad de la vida, sus esperanzas y la alegría de seguir vivo muy a pesar de su realidad.
Adàmez reflexiona sobre los gobiernos que ha visto pasar en las tres últimas décadas, sigue sin entender la magia de la política dominicana, que en un abrir y cerrar de ojos convierte a hombres simples en Dioses, pese a que causas como la suyas son también las de muchos dominicanos que mueren en centros públicos por falta de insumos y equipos hospitalarios.
Su recorrido por casas de familiares ha sido largo, una especie de viacrucis que ha oscilado entre lo dramático y lo inhumano, sin embargo prefiere recordar los buenos tratos de personas encantadoras que lo cuidaron y que ya no están en este mundo. Evocando el poema de María Elena Walsh, “Como la Cigarra”, Adames sigue sonriendo y cantando al sol como el sobreviviente que vuelve de la guerra.
Como muestra de que la vida puede cambiar de trágica a gloriosa, hace 23 años se convirtió en padre de una linda niña, su sol, la razón de su vida, y con quien vive actualmente en el sector Villa Ortega en la provincia Hato Mayor del Rey. Se trata de una jovencita valiente y orgullosa que cuida a su padre y a un hijo de cuatro años, gracias a los escasos ingresos que obtiene el marido producto de labores agrícolas.
Desde el interior de una pequeña choza de zinc, un hombre con una enorme gratitud hacía Dios y a la vida, sigue escribiendo versos, y canciones, que no hablan de pena, tristeza ni dolor. No se lamenta de lo que le ha tocado vivir, mucho menos de la pobreza ni de la ingratitud de nadie, aprecia el privilegio de ser padre y abuelo, halaga la vida, coquetea con la naturaleza y su encanto, recita sobre amores y ve en la generosidad de algunos la bondad de la mayoría.
Sus pretensiones en la vida no son tantas; sueña con llegar a ser atendido por un equipo médico humano, que le devuelva su salud y quizás poder publicar algún día alguno de sus escritos.
Concluyo esta historia con un fragmentos de uno de sus versos “
“Como la luz del día y el anochecer ella se quedó clavada en mis pensamientos y en mi ser…no puedo tocarla. Quiera Dios que un día me apague en las aguas turbulentas de tu amor, y que el salvavidas me lleve al hospital de tu pasión”.
Fuente: El Nacional