Petra Saviñón Ferreras
Con el cierre del mundo, quedaron abiertas ventanas de posibilidades, nichos repletos de ventajas pero igual grandes fosos al que cayeron las esperanzas de tanta gente. Unos afectados por la crisis económica que generó la pandemia, otros por el encierro mismo.
Situaciones que bajaron el estado de ánimo y subieron las consultas por salud mental y en ese paquete los adolescentes llevan una parte terrible. Así, ese desnivel queda reflejado en su relación con el entorno y hasta en sus calificaciones.
Unos han logrado levantarse, otros todavía luchan contra ese monstruo y han encontrado en las pantallas un escape o un refugio, pues más que huir, están escondidos en ese mundo que ahora pueden pintar a su imagen y semejanza.
Siempre ha sido la adolescencia una etapa convulsa, de cambios, de confusiones, de dudas y sumadas estas situaciones a las restricciones que trajo el covid-19 constituyeron una bomba de alto impacto.
La depresión, la ansiedad campean por sus fueros y desestabilizan a tantos chicos y chicas, sobre todo a los que ya venían con antecedentes de maltrato en la casa, en la escuela, la calle, la vida…
Estas patologías son junto al caso de hijos que marcan distancia de sus padres la mayor causa de consulta.
Ha sido doloroso ver todas estas manifestaciones, ese cuadro de espanto agudizado por los efectos de la modernidad, por el consumismo, la falta de compasión, por el egoísmo que implanta, que siembra un canon destructivo.
Pero todo pasa, esto también.