Luis Martín Gómez
El autor es periodista y escritor
Gracias a la Comisión de Exaltación, y especialmente al Instituto Duartiano, por darme el honor de dirigirles unas breves palabras en este día tan especial en que se exalta al Panteón de la Patria a la heroína nacional Rosa Duarte Díez.
Como se conoce documentalmente, Rosa, exiliada en Venezuela junto a su familia, quiso volver a la República que fundara su hermano. En carta de 1885 a Emiliano Tejera, escritor, político y gran amigo de la familia Duarte Díez, Rosa y su hermana Francisca manifestaron su deseo de “morir en donde se meció mi cuna, en donde únicamente se encuentra el verdadero reposo, la verdadera felicidad”. En otra misiva al mismo Tejera, pero de 1888, en la que lamentaban “la deplorable situación que está atravesando el país”, reconocían que “en particular somos nosotros (los culpables), que en lugar de andar errantes debíamos haber vuelto a morir al pie de nuestra bandera”.
Rosa, sin embargo, no pudo regresar. La negativa a retornar de Manuel, el hermano menor privado de la razón, hizo que desistiera. Solidaria, decidió quedarse en Caracas para cuidar al hermano enfermo, igual que había hecho antes con su hermano héroe, Juan Pablo, y con su sacrificada madre, Manuela. En esa querida nación, con la que tenemos una eterna deuda de gratitud por su hospitalidad, murió Rosa, a las 10 de la noche del 25 de octubre de 1888.
Durante décadas, varios gobiernos dominicanos pudieron haber hecho el esfuerzo de exhumar sus restos y trasladarlos a Santo Domingo, como merecían ella y todos los Duarte Díez. Como se sabe, ya es imposible. Según Cecilia Ayala, antropóloga venezolana descendiente de los Duarte, la sección 77 del Cementerio General del Sur donde sepultaron a Rosa fue removida con fines de ampliación. De manera que los restos venerables de esta heroína están esparcidos junto a los de numerosos hermanos venezolanos.
Afortunadamente, la historia permite el cenotafio o tumba vacía para rendir tributo a los héroes y personas prominentes cuyos cuerpos no se hayan encontrado.
Rosa Duarte, hermana predilecta del Padre de la Patria, colaboradora de la sociedad secreta La Trinitaria fundada por Juan Pablo para independizarnos de Haití, fabricante de balas junto a su maestro balero y novio trinitario Tomás de la Concha, soporte espiritual y económico de su familia en el país y en el extranjero, cuidadora de la obra y del legado de su insigne hermano, autora de los valiosos “Apuntes” a través de los cuales se conoce documentalmente a Juan Pablo Duarte, y por todo esto, declarada Heroína de la Patria por la Cámara de Diputados de la República Dominicana; tiene ya un cenotafio que cumpla, aunque sea simbólicamente, su deseo de retornar a la Patria que ayudó a liberar.
Esa tumba, vacía de huesos, pero llena de agradecimiento, estará, gracias a la sensibilidad de las presentes autoridades y la apasionada gestión del Instituto Duartiano, donde una mujer de su dignidad y sus aportes merece: el Panteón de la Patria. Creo que no hay manera más justa y hermosa de cerrar el bicentenario de su nacimiento.
Deseo que este retorno de Rosa a su país, a su ciudad, pueda servir de inspiración a todos los dominicanos, y en particular a la mujer, que ha venido llenando de gloria nuestra historia y que tiene en sus manos, por su inteligencia, abnegación y disciplina, la solución de muchas de las tareas presentes y de los retos futuros.
Pudiera pensarse que el ingreso de Rosa Duarte Diez al Panteón de la Patria es una misión cumplida, pero no. Este hecho trascendental apenas marca el inicio de una batalla postergada durante casi dos siglos. Porque allí donde esté la más pura no puede estar el más impuro. Porque en el lugar sagrado donde descanse, por fin, la más leal a la Patria, no cabe quien la traicionó de peor modo.
De manera que, Duartianos, Trinitarios (asumo que todos los aquí presentes lo somos): preparémonos desde ahora mismo para esa lucha. Espero vernos combatir, como lo hubiera hecho Rosa, con valentía y con honor.
Muchas gracias.