Emely Tueni
Corría el año 1954, estando en el poder el dictador Rafael L. Trujillo, cuando unos frailes españoles llegaron a República Dominicana con la misión de reanudar los trabajos de la orden religiosa católica de los Dominicos, labores que habían sido suspendidas durante más de un siglo.
Entre esos frailes se encontraba uno de nombre Vicente Rubio, quien tenía fama en España de ser un excelente predicador, un don que posteriormente, y durante décadas, puso de manifiesto desde el púlpito del Convento de los Dominicos en Santo Domingo y que seguramente heredaba de su padre, un obrero que solía participar como orador en mítines políticos.
Desde el mismo día que piso tierra dominicana, el padre Rubio entendió la situación reinante, una atmósfera similar a la que había dejado en su patria, gobernada por el general Francisco Franco, un dictador similar a Trujillo, a quien con sus sermones enfrentó poniendo su vida en peligro, y con el riesgo de ser expulsado del país.
Conjuntamente con un selecto grupo de intelectuales españoles quienes precisamente llegaron al país por ser opositores del gobierno franquista, el padre Rubio hizo importantes aportes a República Dominicana: fue un escritor e investigador de relevancia en temas vinculados a nuestra historia de la época colonial, publicando libros, artículos en periódicos, revistas, en los que dejó plasmada la defensa de los frailes dominicos a los nativos de la isla, muy especialmente, fray Bartolomé de Las Casas y Antonio Montesinos.
El padre Vicente Rubio fue un ser humano entrañable, humilde, quien nunca olvidó su rol principal de pastor de un rebaño que le admiraba y a la vez respetaba. Fue un gran consejero espiritual de muchos de sus feligreses, que encontraban en sus palabras sabias de orientador, alivios a sus problemas personales, muchas veces pueriles, cotidianos, pero el padre Rubio siempre estuvo presto a escuchar y consolar. Fue un fraile católico ejemplar, un gran maestro.
Él recibió múltiples homenajes, uno de los últimos fue ser considerado Patrimonio Viviente de la Humanidad junto a la también escritora, historiadora y gran periodista doña María Ugarte, en un acto celebrado en el mismo Convento de los Dominicos.
Sus cenizas ahora reposan dentro de los muros del convento que tanto amó.