María Fals
M.A.Crítica e Historiadora del Arte
La expresión “cultura visual” pretende englobar, en un concepto común, todas aquellas realidades visuales que poseen un papel cada vez más relevante en nuestra cultura. Así, a las tradicionales imágenes generadas por las manifestaciones artísticas tradicionales como son la pintura, la escultura, la arquitectura, las artes decorativas, se sumaron otras nuevas entre los siglos XIX y la actualidad.
Es el caso de la fotografía, de la imagen cinematográfica, el cómic, el grafitti, el net art, los carteles publicitarios, las infografías y los videojuegos, por solo citar algunos.
No podemos negar el impacto de la imagen concreta en la cultura visual y en la transmisión de la información y de los conocimientos. Desde la Prehistoria, en el Paleolítico Superior hace más de 30 mil años, los homos sapiens sapiens concretizaban sus aspiraciones de sobrevivencia en la pintura de toros, de grandes animales, sobre los que representar un rito mágico que atrajera la suerte de poderlos cazar.
Al plasmarlos de forma semi concreta en las paredes de las cuevas, llegaban a un realismo sorprendente por su perfección.
Con el paso de los años, ya en el Mesolítico, los toros y mamuts “perfectos” fueron desapareciendo y dieron paso a pequeñas e “imperfectas” figuras en movimiento e interrelacionadas, apareciendo siluetas humanas esquematizadas sobre las rocas. Pudiéramos preguntarnos: ¿qué pasó? ¿Acaso retrocedieron en el manejo de su lenguaje plástico? No realmente, esa imperfección aparente era la muestra palpable del avance humano hacia la generalización simbólica, hacia el uso del análisis y la síntesis para decodificar su mundo.
Durante la Revolución Neolítica el “arte” era cada vez más “feo”, imperfecto, incomprensible y al mismo tiempo más simbólico, rico en significados, generalizador, abstracto. De este modo se manifiesta una representación más eficiente de la realidad. Entiéndase eficiente como más algo más eficaz, que a la vez se realiza con menos recursos y detalles.
Los historiadores, psicólogos, estetas, los estudiosos de la semiótica y la lingüística conocen que el ser humano fue desarrollando poco a poco su capacidad de abstracción, pasando de imágenes concretas e individuales, a conceptos cada vez más generalizadores. Primero era un toro u otro animal, individual, único, el que el hombre de las cavernas quería devorar para
subsistir.
Luego su representación evolucionó a la del domesticado toro del Mesolítico y del Neolítico, de carácter estilizado y simbólico, portador solamente de los rasgos más generales que caracterizan en todo el mundo la entidad TORO.
Es así como la conciencia humana fue pasando de lo concreto y experimental a lo lógico, racional y sintético. Ese proceso ocurrió a través de muchos siglos de aprendizaje, ¿y luego qué?: se llegó de forma paulatina y aislada al “milagro” de la escritura, primero ideográfica con reminiscencias realistas, y luego fonética, cuando ya los símbolos representados plasmaron los sonidos que debemos pronunciar para llegar al significado de las cosas.
Los sumerios en el cuarto milenio antes de Cristo, ya podían leer y escribir. No todos en realidad, sino aquellos hombres a quienes una sociedad con una rígida división social, les permitía el acceso a ese mundo complejo y prohibido.
Así, si recibían un mensaje de guerra y destrucción, al leer esos símbolos abstractos ideográficos, los lectores de la élite social podían “pintar” en su mente aquellas imágenes que transmitía la escritura: dibujaban y daban color en su imaginación a casas incendiadas, a la destrucción, a la muerte, o si eran más optimistas imaginarían su ejército celebrando la victoria frente al enemigo.
Cada cual compondría su imagen, su pintura, su ideal artístico, su modelo estético, su concepción del mundo, a través de su capacidad de leer, de descifrar lo abstracto y su subjetividad.
Montémonos ahora en “la máquina del tiempo” y volvamos al 2020, a esta época postmoderna y pandémica, donde la educación tanto la formal como informal privilegia la imagen visual, sobre todo a través del uso de tecnologías virtuales. Viajemos luego a la semilla, como pedía en una de sus obras el gran escritor cubano Alejo Carpentier y hagamos la siguiente historia:
Un niño postmoderno acaba de nacer, ya es capaz de escuchar, de olfatear el dulce olor de su madre, de sentir en su piel el frío y el calor y de saborear la leche materna. Al principio solo observa luces y sombras, bultos que no logra definir, pero poco a poco, con el paso de los días, esas formas se hacen más definidas y claras.
Comienza así su interesante aventura de explorar el mundo, de palparlo, saborearlo y también, como don recién obtenido, el poderlo ver. El mundo así se llena de imágenes concretas, lo que veo es lo que existe. Qué hermoso es lo que veo, qué amable es el mundo, o qué horror me produce eso otro que veo, qué desagradable.
Ese mismo un niño o niña en edad preescolar, aprende más tarde que dos naranjas y una naranja más, concretas, o ya semi concretas y pintadas por su maestra en una cartulina, se convierten en tres naranjas, y que 2+1=3.
Ese tres generalizador, que en este caso representa naranjas, puede en otro momento simbolizar piedras, flores o cualquier otra cosa, por su carácter generalizador y abstracto.
El niño sigue creciendo y viendo, y cuando llega a tercer grado alguien le habla de las estaciones del año, de una ensenada, bahía, cabo o península. Tal vez nunca ha visto el mar, vive en Manabao, en la Cordillera Central, y nunca nadie lo ha llevado a verlo.
Sin embargo ya al leer es capaz de imaginar; conoce el agua, conoce el color azul y crea en su mente una imagen perfecta con mucha agua, una inmensidad de color azul, y luego un pedazo de tierra introduciéndose en esa enorme superficie líquida. Así ya logra crear en su mente el concepto de cabo o de península.
Los niños, en la medida que se vuelven adolescentes y adultos, van avanzando en su comprensión del mundo, caminando desde lo concreto hacia lo abstracto. Paulatinamente desarrollan su racionalidad y su capacidad de análisis lógico y simbólico.
Pueden aprender a sacar informaciones de los textos escritos cada vez con más facilidad y hacer representaciones mentales del mundo que nos rodea, llegando a pintarse un universo en su conciencia al leer un libro bien narrado, aunque no esté ilustrado con dibujos o fotografías.
¿Qué sucede con algunas de las prácticas educativas actuales para adolescentes de 12 a 18 años? Privilegian los videos, los dibujos, lo concreto o semiconcreto, basándose en la regla “mucha imagen y poco texto”.
Los juegos educativos vienen con representaciones semi concretas, los libros de editoriales digitales con muchas imágenes y poco texto. Volvemos entonces a “lo que ves es lo que existe, no imagines, mira”. Eso me recuerda el consejo que el filósofo positivista
Augusto Comte le dio a su amigo el pintor realista Gustave Courbet: “El artista es un ojo para ver y una mano para pintar”.
¿Y dónde quedan Edgar Allan Poe, Dostoievski, Isabel Allende, Saint-Exupéry y tantos otros? ¿Adónde se fueron las personas que sin visitar el mundo oscuro de Poe, ni la Rusia del siglo XIX, ni vivir en La casa de los espíritus, pudieron pintar, a través de su interpretación de lo abstracto simbólico, con los pinceles del sueño o de la repulsión, los colores alucinantes de las palabras?
Pongamos como ejemplo al simplemente complejo Principito de Saint Exupéry. Trate de pintarle una oveja a un niño o a una niña como ocurre en la historia, no cualquier oveja, sino la oveja de los sueños de ese infante, la de su ideal estético.
Verá que obtendrá más de lo mismo: puede ser que la primera que le pinte lea parezca enferma, la segunda un carnero y la otra muy vieja. Solo cuando la envuelva en una caja que no les permita verla, podrán creer que dentro de ella duerme la oveja que aman.
Considero que la educación, sin olvidar el poder y la inmediatez de lo concreto o semi concreto visual, debe volcarse también a la lectura de textos escritos cada vez más complejos, donde los niños, adolescentes y adultos, a través de la creación de representaciones mentales, comprendan lo que han leído y lo visualicen.
Si solo mantenemos lo concreto, vídeos, películas, fotos, apoyado con completas, pareas, verdaderos o falsos, con una sola verdad en blanco-negro, no estamos entrenando en destrezas de pensamiento, destruimos sin quererlo la profundidad y diversidad del pensamiento humano, gestamos personas cada vez menos preocupadas por el “¿Quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos?”, como nombró Gauguin a una de sus obras pictóricas simbolistas.
De esa forma sin saberlo, podríamos estar propiciando el volver a los toros detallados de las cavernas, al toro individual, no al toro grupo que es símbolo generalizador de todos los toros del universo, podríamos estar retornando a lo primitivo, a lo primigenio, avanzando (¿retrocediendo?) a orígenes ya superados a través del poder de la representación s simbólica y
del lenguaje escrito.
Una frase muy repetida plantea que una imagen vale más que mil palabras… Sí, es cierto que ella comunica de manera más directa, pero una palabra escrita puede generar mil imágenes en la mente de los seres humanos.
No olvidemos nunca la palabra, el verbo, la relación pensamiento lenguaje y la necesidad de fomentar un pensamiento crítico, diverso, creativo para formar seres humanos capaces de enfrentar los grandes retos que tenemos por delante como humanidad pensante.