María Fals
Fors. M.A Historiadora del Arte. Crítica de Arte
Un 14 de junio de 1943 nació en Santiago de Cuba un niño llamado Santiago Antonio. Con el mismo primer nombre de su abuelo y su padre. Abrió los ojos un día en que se celebraba en su Patria de origen otro aniversario del natalicio de Antonio Maceo, general de los Ejércitos Mambises, que luchó junto a Máximo Gómez por la independencia de Cuba. Por eso también lleva con orgullo el nombre de Antonio. Años después sabría que otro 14 de junio llegaron también expedicionarios de la libertad a la República Dominicana.
La persona a la que dedico este artículo es el tercero de la generación de los Santiago, de abuelo catalán y penúltimo hijo de su padre, comenzó a estudiar música siendo apenas un niño. Eligió la trompeta como instrumento de estudio para dedicarse en un futuro a la música popular, pero su camino musical siguió también otras rutas.
De esta forma, hizo prácticas de dirección coral con el maestro Electo Silva y en 1964 se dedicó a la docencia en el Conservatorio Esteban Salas. Posteriormente, en 1966, se convirtió en director de la Orquesta Sinfónica de Oriente hasta el año 1977, cuando pasó a estar al frente del Coro Madrigalista. Estudió en la Escuela Nacional de Artes en La Habana y se graduó de Licenciado en
Historia en la Universidad de Oriente en 1984.
En 1986 fue a la Antigua Unión Soviética e hizo estudios de Postgrado en Dirección Coral con la Profesora Elizabeta Kudriatseva. Allá pudo finalmente conocer qué había más allá de la costa de la Isla, ver de cerca la orquesta Sinfónica de Leningrado ( Hoy Petrogrado), el Ballet ruso y la tumba de Tchaikovski. Pudo, en fin, ver otros modos, otras formas de ser y de hacer en el ámbito musical.
En esa misma década de los 80, nace dentro de él el compositor. Sin embargo, nunca ha dejado atrás la interpretación. Escribió cantatas y oratorios, música para teatro, ganando el premio Máscara de Caoba por la musicalización de la obra “Asamblea de Mujeres”.
En sus composiciones mezclaba poesía santiaguera, los ritmos folclóricos de la Tumba Francesa y la Carabalí, con lo mejor de la tradición clásica y de la música contemporánea europea. Emocionaba el regodeo de sus tambores afrocubanos con las cuerdas impolutas de los violines clásicos.
El sonido de la corneta china de la conga santiaguera se amalgamaba en sus cantatas con la sangre de los héroes a los que dedicaba su música.
Injertaba lo nacional, parafraseando a Martí, dentro de sus creaciones. Flexibilizaba el ritmo de un vals con las síncopas del Caribe, mezclaba el dodecafonismo con lo autóctono, con el sonido de la comparsa del Barrio de Sueño donde creció, versándolo, danzándolo, en medio de la fuerza de un tema de revolución y libertad, convirtiendo los sonidos y las letras en mensajes de amor y de poesía.
Por eso logró que sus imágenes musicales emocionaran, que llegaran al corazón de todos, porque las sentíamos nuestras.
Viajó también a Budapest y al Festival del Caribe en Cartagena, Colombia, siempre estudiando, siempre meditando sobre lo que le rodeaba para convertirlo en música. En 1994 junto a su familia vino a residir a la República Dominicana, que lo acogió como un hijo, siendo ya desde varios años ciudadano dominicano.
En nuestro país se convirtió en Maestro como lo había ya sido en su Santiago de Cuba natal. En el Conservatorio Nacional de Música continuó trabajando. Fue allí director de la Orquesta Sinfónica Juvenil, y sigue dando aportes en las cátedras de Composición, de Dirección Coral, entre otras.
En la UASD fue profesor desde el año 1994 hasta el 2018, año en que se jubiló, llegando a la Categoría Adjunto en las Escuelas de Cine y de Música. Sus alumnos uasdianos, sus hijos espirituales, hoy son directores de Coro, compositores, maestros de Educación Artística en diferentes partes del país y en otras naciones del mundo.
Con más de 70 años se graduó de Doctor en la Universidad del País Vasco con una tesis en la que estudió las raíces indígenas, africanas y españolas presentes en la música cubana, haciendo un profundo análisis intercultural y filosófico. También ha hecho investigaciones y conferencias en torno a temas apasionantes como cultura e identidad en el Caribe, el bolero y sus posibles orígenes y las canciones de trabajo en la República Dominicana.
Hoy Santiago Fals, con sus 76 años a cuestas, en medio de una pandemia que le ha obligado a recluirse y ver la vida desde un balcón lleno de orquídeas o a través de la pantalla de un computador ya añejo, se ha dedicado a su actividad preferida, la reflexión y la comunicación. Y ha nacido el poeta que siempre llevó dentro, como lo fueron su padre, su abuelo, los otros Santiago que viven en sus genes. Ya no busca las letras de otros para musicalizarlas, ha creado sus propias y poderosas estrofas en haikus de resiliencia que comparte con todos.
La “covidianidad” y el encierro han hecho derivar su creatividad musical hacia un lenguaje lírico que le ha permitido expresarse, acercarse a las demás personas y comunicar su visión del mundo, sus inquietudes que son, en muchos casos, las mismas nuestras. Son versos de alguien que ha vivido mucho, que está en paz consigo mismo y que al mismo tiempo siente que su misión en este mundoaún no ha terminado.
Sus estrofas, con semánticas eternamente vigentes, nos invitan a ser mejores. Otras, simplemente nos hacen la gran pregunta sin respuesta:
¿Por qué?
Y ahora…
Ya no sé qué pensar
Porque mientras más lo pienso
Creo que lo que estoy viendo
NO ES.
Confinamiento
¿Cómo fue?
El objetivo: salvar la criatura
El “culpable”: el hombre mismo que no supo prever
Nos creíamos semidioses sin Olimpo
Reyes del placer
¿La naturaleza se ha cansado
de nuestro proceder?
Ya no sé qué pensar
Porque mientras más lo pienso
Creo que lo que estoy viendo
NO ES.
Y sin embargo, sigue siendo.
SÍ ES.
(Poema de Santiago Fals, mi padre).