Petra Saviñón Ferreras
Aunque nada nuevo hay bajo el sol y la conducta humana es la misma, sí hay cambios que nos permean y constituyen algo así como retazos que nos conforman.
Por ejemplo, los que tenemos más de 30 años sabemos que nuestras niñez fue distinta, puedo decir que muy distinta a la de los niños hijos de una tecnología de la que gustosos son capaces de dejarse engullir.
Por eso, el aislamiento de ocurrir en la infancia nuestra igual hubiese sido tan diferente. Ese encierro que raro fuese para muchachos acostumbrados a jugar en los patios suyos y vecinos, para tirarse a la calle a batear pelotas y el jarrito, para preguntarle al abejón qué oficio trae y para pedirle a la señorita que pase.
De ser lo mismo, los psicólogos que aparecen en los medios de comunicación para recomendar estrategias que eviten traumas, tuvieran más motivos y más materia para ahondar en sus consejos.
Mas, en estos tiempos, los chicos son menos susceptibles a los daños que ocasiona el encierro, aunque sea forzado, pues tienen con qué entretenerse y muchos están habitados a un confinamiento voluntario, recluidos a la ventaja que ofrece el mundo de las pantallas.
Claro que es cierto que les hacen falta sus compañeros de aulas y los de actividades extracurriculares pero hasta eso lo amortigua un poco el estar tan centrados en ese, su otro universo, que también debe ser material para especialistas de la conducta por los efectos nocivos de todos los excesos.
Ojalá que los millennials saquen mayor provecho a este claustro y que no lo tomen como excusa para aferrarse más y más y más a una herramienta que con sus partes buenas trae algunas no tan buenas y peor, otras malas.