Margarita Quiroz
Hoy, la Iglesia católica celebra el Domingo de Ramos, y con este día santo el inicio de la Semana Mayor. Para muchos, será una celebración diferente: no habrá vacaciones a resorts, viajes a las playas, a provincias o campos, el tránsito no será un caos tras el retorno a la ciudad, no habrá excesos de bebidas alcohólicas y, posiblemente – que así sea- muertes a causa de accidentes de tránsito.
La cifra de muertos por accidentes de tránsito en el país, que cada año registra las autoridades de socorro, tras «estos días de vacaciones», posible y felizmente quede en cero ¡¿por lógica?!
La disposición gubernamental, desde hace unos 15 días, es que todos debemos quedarnos en casa, sumada a una nueva, la prohibición de viajes al interior, puesta en vigencia el pasado viernes, para evitar que siga la propagación del coronavirus.
El coronavirus, ese enemigo silencioso que mantiene en acecho a ricos y pobres, con su secuela de contagios y muertes, ha sido el «responsable» de que disfrutemos de una Semana Santa como Dios manda, esa es la buena noticia, ante un panorama gris.
Una mirada al lado amable de esta tragedia, mientras, el país, junto al mundo, continúa contando a sus muertos víctima de esta pandemia, Dios nos invita a un reencuentro con Él y su palabra.
Nos hemos pasado todos estos días hablando de cuarentena, en tiempo de Cuaresma y cuando recordamos los cuarenta días y cuarenta noches que permaneció Jesús en el desierto de Judea en oración y ayuno, tentado por el enemigo.
Hoy, nosotros tenemos a nuestro propio enemigo, una creación de laboratorio o del propio organismo, eso no se sabe a ciencia cierta; la verdad es que su ataque es letal en muchos de los casos, por lo que sólo nos resta creer, confiar y esperar, en nuestro propio desierto.
Aprovechemos esta Semana Santa en casa, en recogimiento total, como Dios siempre ha querido, en franca reflexión y en pedidos constantes de misericordia al Altísimo por nuestras familias, amigos, relacionados, el país y el mundo.
Esta Semana Santa no tiene nada diferente, al contrario, es la que siempre Dios ha querido para cada uno de nosotros.