María de las Nieves Fals Fors. M.A
Historiadora del Arte. Crítica de Arte
El jueves 4 de febrero de este año 2020, se inauguró la exposición “ Aones del Yucayeque, interpretaciones contemporáneas del perro precolombino”.
El inicio de este evento se produjo en horas de la noche en el Centro de Arte Arawak, dirigido por Mildred Canahuate. Esta muestra se mantendrá
vigente hasta el próximo 20 de marzo.
El autor de las piezas que nos invitan a visitarlas es el doctor en Medicina y Artista Plástico Thimo Pimentel, ganador del Premio Nacional de Artes Plásticas Destacado fotógrafo, cronista de la Guerra de Abril, dibujante de línea clara y precisa, excelente ceramista y artista gráfico de nuestra República Dominicana.
La trayectoria de Thimo comenzó en su juventud, cuando visitaba el Palacio de Bellas Artes, donde conoció a Gilberto Hernández Ortega y a Paul Giudicelli con quienes recibió clase, teniendo como condiscípulo a Orlando Menicucci, otro grande de las artes de nuestra nación. También recibió lecciones con maestros internacionales como Eva Kauffman, Minoru Okuda y Lucette Goddard.
Thimo es presidente de la Fundación Igneri de Arte y Arqueología, fundador del Museo de la Cerámica Contemporánea y al mismo tiempo director de Punta Cana Art Center y Punta Cana Art Gallery. Es el creador de las Trienales Internacionales de Tyle Cerámico que se celebran en el país. Por todo esto podemos decir que su accionar en el campo de las artes ha sido diverso y altamente meritorio.
En esta ocasión, vino al encuentro de su público a través de uno de los personajes inolvidables de la iconografía taína, el Aón o perro mudo, que vuelve a hablarnos de su vida, de su accionar entre los senderos de una Quisqueya boscosa, en los bohíos de las aldeas, descansando sobre las enaguas de mujeres que lo cuidaron de cachorro y acompañando a hombres de piel cobriza a sus aventuras en los viejos montes.
En pequeño formato, de distintos colores y técnicas, blancos, rojos, ocres, verdes, muchos de ellos con dibujos como tatuajes de signos mágicos en su “piel”, esos perritos de diferente sexo, unas encinta, otros con una oreja mutilada en peleas memorables, unas jóvenes, otros envejecidos, nos comunican el recuerdo de una época de paz, de eterno discurrir de un día poblado de sonidos de pájaros extintos en un mundo donde vivir era solazarse con la naturaleza, con el azul del cielo, con el sonido de la aurora y el sollozo del atardecer, en medio de una naturaleza apenas tocada por seres humanos que sabían respetarla y agradecer su grandeza y su abundancia.
Las técnicas utilizadas son sumamente variadas, realizadas con gran rigor y arduo trabajo en la quema de arcillas, usando pigmentos que enriquecen cada pieza, quemando varias veces la pieza, una a una, utilizando temperaturas de hasta 1100 grados centígrados y sumergiéndolas en agua estando aún al rojo vivo para someterlas a un choque térmico que les traerá vitrificación y belleza. Algunas se quiebran ante la diferencia de temperatura; las más afortunadas sobreviven fortalecidas, más hermosas, para ponerse al frente de los ojos de los afortunados espectadores y coleccionistas que las vinieron a admirar.
A Thimo le gusta experimentar como a un alquimista de los nuevos tiempos. Algunas de estas figuras, recién nacidas del fuego y de la creatividad de un hombre, fueron introducidas en una mezcla humedecida de harina de guáyiga, levadura y azúcar prieta, antes de ser sumergidas en agua; en otras se utilizó la técnica japonesa del rakú japonés, llevándolas a la intemperie en una atmósfera oxidante que recreó un rojizo color. También utilizó usó el rakú occidental, colocando la pieza caliente sobre hojas, en este caso uvas de playa, para someter la superficie recién creada a una atmósfera reductora que provocó magia con las coloraciones oscuras en su piel de arcilla.
Esa noche de un 4 de febrero, través de las manos y palabras de su creador Thimo Pimentel, pequeños hijos de las tierras quemadas, salidos de la boca del fuego universal purificador de recuerdos, volvieron a dialogar con nosotros, nos convidaron a cuidar del patrimonio cultural de las culturas primigenias de esta isla, a salvaguardar sus aportes del olvido y de la muerte, a renacer en cada obra de arte que refleje la cultura de los taínos o de cualquiera de nuestros ancestros, a dejar la mudez sin riesgos para hablar con todos del sueño de ese Aón que ya viene a nuestro encuentro con su antiguo y eterno andar.