Petra Saviñón Ferreras
Podría empezar este artículo con uno de tantos, de cientos, de relatos sobre personas que han sucumbido a una enfermedad tan antigua y tan incomprendida, que acompaña al género humano desde mucho antes de ser nombrada como depresión
Traer una historia que sensibilice ayuda a desestigmatizar esta pandemia, a mostrarla como lo que es, un padecimiento, no como cualquier otro, peor que muchos otros, tal vez el más malo de todos
Mas prefiero dedicar estas líneas a llamar la atención sobre la carga que pesa sobre los que viven en ese círculo maldito y los que les rodean e igual sufren con su dolor.
Aunque parezca inverosímil, aun después de tantas evidencias sobre los estragos que provoca la depresión, todavía creemos que un simple “pon de tu parte” es la varita mágica que hará levantarse al afectado y echarlo a andar
Tratarlo como a un flojo que no hace los esfuerzos necesarios para salir del atolladero o pregonar que eso solo afecta a los menos inteligentes, a los de mente débil, no solo no ayuda, hunde más, engrosa las cadenas
Es tal el prejuicio que las rodea, que las personas deprimidas temen, sienten vergüenza de manifestar que atraviesan por esa situación e incluso aunque su cuadro requiere licencia médica, la evitan para no padecer el bochorno de que otros lo sepan
El sufrimiento es terrible y nadie como los que lo han vivido para entenderlo. La depresión daña cuerpo y mente, hemos oído decir tanto, tal vez sin parar a analizar qué significa en realidad
Es desencadenante de otras patologías como asma, cardiopatías, padecimientos estomacales y de otros órganos, pérdida de la voz, desconexión de neuronas, daños al sistema nervioso, inseguridad, apocamiento, baja estima, dificultad para hilvanar ideas….
Es sin lugar a dudas la peor de todas las enfermedades y la menos tomada en serio