Petra Saviñón Ferreras
Como si fuese una obra de teatro dirigida por un maestro a distancia, de repente, de forma inopinada empezaron a levantarse voces que reclamaban, luego convertidas en multitud enardecida salieron a las calles de lugares tan distantes entre sí como Haití, Ecuador, Hong Kong y Barcelona.
Después, como si acatara el orden del libreto, Chile levantó el telón, seguido por Bolivia y así las protestas cercaron el corazón de América y arrastraron a cuatro de sus países a momentos de angustia, de sangre, de muerte.
Los reclamos cubren las capitales, pero otros pueblos no quedan exentos de esa violencia que como un pulpo extiende sus tentáculos en una mezcla de exigencia válida de una mayor justicia social y de un vandalismo que aprovecha las buenas causas para saquear y sembrar terror.
Las aguas han vuelto a su nivel en Ecuador pero Haití y Chile arden y Bolivia amenaza con estallarle en las manos, en una cruenta realidad, al presidente Evo Morales, que aspiró a su cuarto mandato y asegura que el pueblo le dio el triunfo.
Largos años hacía que Latinoamérica no registraba una combinación de manifestaciones callejeras de esa magnitud y ahora queda clamar para que pasen pronto y sin más tragedias, porque cada vida perdida es una cosecha de llanto, de dolor.
Tanta es la incertidumbre, que el domingo Argentina celebra elecciones presidenciales y aunque quizás no haya motivos para pensar en líos, algunos ven posibilidad de que los ánimos caldeados de su vecino contagien al gigante austral.
Solo resta confiar en que no suceda, de la misma manera en la que después de las resabias de las primarias los enfrentamientos en Haití no encendieron la chispa de este lado.
Ahora a esperar que la sensatez, el sosiego apaguen todos esos fuegos y la calma retorne por el bien de todos los bandos. Al final, los unos y los otros comparten el mismo espacio.