Margarita Quiroz
Hoy, hace justo dos años falleció Leo Hernández, el 2 de septiembre de 2017 la muerte entró a mí casa, cruel y silenciosa, y le arrebató la vida a una de las personas que más he amado en mi vida. Uno de los seres más maravillosos que he conocido, un padre como pocos, mi compañero de vida por unos 20 años y uno de los periodistas mejor informado y formado del país.
Cuando era pequeña sostenía largas y envolventes conversaciones con María Duarte, una vecina, ya entrada en edad, que ante las eventualidades que tenía que enfrentar siempre me decía: «la vida enseña».
Para ese entonces, creía que María decía la verdad absoluta y hasta crecí con esa convicción. Cada vez que en mí vida se presentaba algo inesperado, me acordaba de la enseñanza de esta elocuente mujer y solía repetir la frase: » la vida enseña», como dice María. Siempre le di sus créditos.
Con el paso de los años me he dado cuenta de que en sus sabias palabras hay verdades – sí- pero no absolutas.
La vida se encargó de dividirnos, yo salí de mi campo en busca de superación y ella, aún reside en el mismo lugar, en una casona de madera, teñida de azul, de la que por años, en mis tiempos de estudiante, me apoderaba de su extensa galería, que hoy la veo pequeñita, para aprenderme las lecciones escolares, gracias a la inmensa calma que allí se respiraba.
Ahora, yo tengo mi propia convicción, la verdadera enseñanza nos la da la muerte. Y de eso estoy absolutamente convencida.
Hoy, hace justo dos años (el 2 de septiembre de 2017) la muerte entró a mí casa, cruel y silenciosa, y le arrebató la vida a una de las personas que más he amado. Lo elevó de nuestra cama y sutilmente lo desplazó al piso, todo esto ante mí mirada y accionar impotente.
Un fulminante ataque cardíaco, dijeron los médicos, le quitó la vida a uno de los seres más maravillosos que he conocido, paciente, analítico , súper inteligente, amigo del amigo, solidario, un padre como pocos, mi compañero de vida por unos 20 años y uno de los periodistas mejor informado y formado del país.
Este lunes, se cumplen dos años de la dolorosa partida de Leo Hernández, el padre de mis dos hijas, Rommy y Sarah y de 13 más, Jonathan, Leo Junior, León, Lee, Victoria, Leíto, Benjamín, Gretcher, Fénix, Leandra, Leonela, Leo y Lianel.
En este lapso, la muerte se ha encargado de enseñarme lo que la vida simplemente oculta. Con su insolente pero real llegada nos damos cuenta de cosa y cosas. Los verdaderos rostros y sentimientos se develan, la muerte te invita a apreciar la vida y a montar en tu barco al que ha demostrado ser. La muerte permite ver las mezquindades de la vida, la verdadera esencia del ser humano, te quita vendas de los ojos y te enseña a valorar.
Es cuando nos damos cuenta de cuánto amamos a nuestros hijos, padres, hermanos, a los seres que han estado… y comienzas a vivir.
Ahora me doy cuenta que somos lo que somos no por lo que hemos ganado en la vida sino por lo que hemos perdido.
Sí, la muerte nos enseña, nos motiva a una revisión individual como seres humanos , nos hace más analíticos, cautelosos, más amante de la vida, de las pequeñas cosas, de los detalles. La muerte nos enseña, nos prepara para vivir.
¡Un abrazo fuerte para ti mí Negrito, gracias por ser tan especial, por darme lecciones aún no estando, y por estar pendiente de nosotras desde tu morada, descansa!
¡Te queremos mucho!