Leonel Fernández
En las recientes elecciones primarias abiertas, simultaneas y obligatorias (PASO) realizadas en Argentina, la agrupación política, Frente de Todos, con su candidato presidencial, Alberto Fernández; y vicepresidencial, Cristina Fernández de Kirchner, obtuvo una abrumadora victoria sobre la alianza Juntos por el Cambio, encabezada por el presidente Mauricio Macri.
El Frente de Todos, de filiación peronista, obtuvo más del 47 por ciento de los votos contra el 32 por ciento, de la coalición gubernamental.
A pesar de que en esos resultados el grupo opositor dispone de una ventaja de 15 puntos porcentuales, eso no es definitivo, ya que las elecciones generales tendrán lugar el 27 de octubre. En caso de segunda vuelta, serían el 24 de noviembre.
La importancia, por consiguiente, de las elecciones primarias en Argentina radica en que constituyen una especie de sondeo nacional de lo que probablemente podría acontecer en las elecciones generales.
A decir verdad, las elecciones primarias argentinas resultan extrañas. A pesar de haber sido concebidas para generar competencia en los partidos, los candidatos no tienen rivales. Ya han sido previamente seleccionados a través de acuerdos internos de sus propias organizaciones políticas.
Al no tener los candidatos competidores al interior de sus partidos, lo que hacen, en realidad, es rivalizar con los aspirantes de las demás fuerzas políticas. De esa manera, a través de las primarias, muestran sus fuerzas y exhiben su musculatura antes de la celebración de los comicios generales. Los que no obtengan el 1.5 por ciento de los votos quedan descartados para su participación ulterior. Durante los últimos ocho años, 150 partidos políticos han quedado eliminados.
En las recientes elecciones primarias argentinas votó el 75 por ciento de los electores, lo que equivale a algo más de 25 millones de votantes. Eso, por supuesto, tiene una gran significación para los comicios generales a ser celebrados dentro de dos meses.
Causa de una derrota
En principio, no estaba previsto que el presidente Mauricio Macri experimentase una humillación política de la magnitud escenificada. Había llegado al poder cuatro años atrás, en el 2015, con una agenda política contraria a la de su predecesora, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, más inclinada a promover un rol protagónico del Estado en la aplicación de políticas de desarrollo.
El presidente Macri llegó al gobierno con un plan económico de predominio del mercado. En base a ese plan puso fin a las limitaciones para compra de moneda extranjera; dejó sin efecto los impuestos de exportación; resolvió los desacuerdos con tenedores de bonos (fondos buitres) para restablecer el acceso al capital internacional; y prometió eliminar la inflación y evitar la devaluación de la moneda nacional.
Esa agenda de reformas fue respaldada por los mercados financieros internacionales. Pero, al mismo tiempo que procedía con su aplicación, ordenó un conjunto de medidas que tuvieron un efecto social catastrófico sobre la clase media y los sectores más pobres de la población argentina, generando una gran desilusión y un enorme descontento social.
Entre esas medidas estaban la disminución de los subsidios a las empresas de servicios públicos; el aumento en las tarifas de electricidad y gas, así como de agua y del sistema de transporte público, que se incrementaron, en algunos casos, en más de mil por ciento.
La inflación, en lugar de ser eliminada, se incrementó, de cerca de un 24 por ciento que tuvo en el gobierno anterior, a un 40 por ciento en tan solo el primer año de Macri.
El endeudamiento externo se disparó. En año y medio, del 2015 al 2017, creció en un 27 por ciento. El peso argentino se devaluó drásticamente frente al dólar norteamericano. El desempleo aumentó; y la pobreza alcanzó a más del tercio de la población.
El aumento de la tasa de interés por parte de la Reserva Federal en los Estados Unidos, agravó la situación. El costo del endeudamiento externo se encareció. Para evitar una cesación de pagos o default, el gobierno del presidente Macri suscribió un acuerdo stand by de tres años con el Fondo Monetario Internacional, por una cifra sin antecedentes en la historia del organismo internacional, de 57 mil millones de dólares.
La firma de ese acuerdo con el FMI desató una ola de protestas sociales; y el gobierno añadió combustible al fuego de la ira popular, aplicando severas medidas de austeridad, como congelamiento de salarios, de pensiones y jubilaciones; despido de empleados del sector público; y el restablecimiento del impuesto a las exportaciones.
Retorno del peronismo
A pesar de haber obtenido una victoria en las elecciones de medio término del 2017, es evidente que con la aplicación de medidas ortodoxas de mercado, la inconformidad social que se esparcía por distintos sectores de la sociedad argentina se convertiría en un muro de contención para el proyecto de reelección del presidente Mauricio Macri.
En efecto, así fue. Los resultados de las recientes elecciones primarias así lo revelan. La diferencia de 15 puntos con respecto a la coalición opositora, Frente de Todos, hace prácticamente imposible que la alianza, Juntos por el Cambio, del presidente Macri, pueda revertir esos resultados y salir airosa en las elecciones generales de octubre.
Al señalar algunas encuestas, publicadas antes de las recientes primarias en Argentina, que la coalición del presidente Macri presuntamente aventajaba a la oposición, los mercados reaccionaron con júbilo, incrementando el valor de las acciones, de los bonos y de otros instrumentos financieros.
Pero al ocurrir lo contrario en las urnas, los mercados, en solo dos horas reaccionaron provocando una caída de un 20 por ciento en el valor del peso; de un 50 por ciento en las acciones; de un 15 por ciento en los bonos; y de un aumento de la tasa de interés, a la alucinante cifra de 74 por ciento, la más alta del mundo.
En fin, un desplome total. Frente a eso se ha presentado un vacío de poder. El presidente Macri, debilitado en su autoridad, ha tenido que sostener conversaciones con Alberto Fernández, el candidato opositor, a los fines de evitar una caída mayor en la economía argentina.
De perder las elecciones generales en octubre, no es descartable que el primer mandatario argentino se vea forzado a abandonar el poder antes del traspaso de mando en diciembre de este año.
Eso ya había ocurrido, con anterioridad, con los gobiernos no peronistas de los presidentes Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa, que no pudieron completar sus mandatos, debido al impacto de crisis económicas y sociales.
En todo caso, lo que indican las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias en Argentina, es que los Fernández, Alberto y Cristina, han salido victoriosos y ahora están preparando sus vestimentas para un retorno a la Casa Rosada.