Margarita Cedeño
Abusando del paralelismo con uno de las obras que ocupan la cumbre literaria de toda América Latina, el presente artículo busca servir como sincero acto de exaltación al extraordinario documento fundacional de la República Dominicana, hoja de ruta de la democracia y las libertades que deberían estar inscritas con tinta indeleble en el corazón de cada dominicano y dominicana.
La Constitución es un “documento lleno de sueños lanzados hacia el porvenir”, pero en algún momento se ha escuchado a don Milton Ray Guevara, magistrado presidente del Tribunal Constitucional, decir que “la gran tragedia Iberoamericana” ha sido la gran diferencia que existe entre lo escrito en la Constitución y lo que sucede en la vida real.
Pero no menos cierto es que la Constitución dominicana aprobada en el 2010, con su modificación del año 2015, al contemplar el más amplio espectro de derechos y deberes para los ciudadanos en la historia constitucional dominicana, se constituye en la herramienta idónea para dejar atrás esa “gran tragedia” y acercar los preceptos constitucionales a los ciudadanos, para que sean parte esencial de la cotidianidad.
En los albores del proceso vivido en el 2010, parecía que se daba apertura a las alamedas que conducirían al pueblo dominicano a la construcción de una sociedad enfocada en la dignidad, con base en el amplio espectro de derechos que provee la norma fundamental.
El problema está en la obsesión de esta sociedad, especialmente de aquellos que juegan un rol en el ámbito político, sobre un único aspecto de la Carta Magna, que nos empuja constantemente a una confrontación desesperante que amenaza con generar una crisis profunda, de aquellas que solo se someten al juicio de la historia, porque de tanto ir y venir sobre un mismo tema, se pierde el relieve y el sentido de lo que se debate, lo que muchas veces nos obliga a elegir entre lo preferible y lo detestable, como decía Raymond Aron.
Los líderes políticos no podemos seguir evitando el tema de fondo que impide que la Constitución cumpla con mayor eficiencia su cometido en la sociedad, que obviamente va mucho más allá de las decisiones electorales.
El fondo del asunto está en la imperiosa necesidad de llevar la constitución a la cotidianidad, dejando atrás las discusiones que no tienen sentido para los ciudadanos, discusiones que ya les parecen un laberinto sin salida, convirtiendo la Carta fundamental en un documento que hoy no tiene el sitial supremo e intocable que le otorga el valor inmaculado que merece para la sociedad.
Volvamos a hablar del Estado Social y Democrático de Derecho, de los derechos, garantías y deberes fundamentales, de la importancia de la institucionalidad y del espíritu que subyace en el centro de la Constitución, que no es más que el compromiso con la seguridad, la libertad y la dignidad de todos los ciudadanos.
La formación y manifestación de la voluntad popular, la participación de los ciudadanos en los asuntos públicos y la elevación del debate político en la República Dominicana, comienza por hacer de los preceptos constitucionales una parte fundamental del argot popular, que los ciudadanos y ciudadanas conozcan sus derechos y deberes, tanto o más que cualquier otra manifestación de la cultura y el intelecto.
La esperanza es lo último que se pierde, pero la Constitución se cansa de esperar a los ciudadanos y ciudadanas que van a escribir sobre su verdadera esencia: construir caminos de libertad para la igualdad y el progreso.