Esta es una segunda parte de esas que espero confiada en que ya no haya que tocar, porque no habrá motivos.
Por esas extrañas casualidades este tema está ligado al que traté sobre el acoso escolar hace 15 días, pero igual al de la explotación sexual de menores de la semana pasada.
Habló del horrendo caso de una niña de 12 años obligada por cinco compañeros de escuela a practicarle sexo oral en un baño del recinto y como para que su proeza no quede en el anonimato colgaron luego el video en las redes sociales.
En esas imágenes repugnantes los muchachos insultan a la estudiante y la halan por el pelo para que complazca sus deseos malsanos.
Es ante este tipo de aberraciones que surgen tantas preguntas como ¿por qué nadie pudo enterarse?, ¿cuánta gente usa ese baño, que nadie más entró mientras ese crimen era cometido?
¿Qué tan eficaz es la vigilancia en ese centro? ¿El ministerio de Educación lo intervendrá con la Policía Escolar?
Por cierto, ninguna de esas entidades ha ofrecido informaciones sobre este hecho que empaña al sistema educativo y lo deja encuerito en pelota en toda la magnitud de sus debilidades.
Una cosa que sí hay que resaltar de esta lamentable situación es la gallardía de la madre de la niña. El coraje, el valor de denunciar la acción contra su niña y de exigir sanciones para sus verdugos.
Pudo hacer como que la tierra la engulló, pero no, dio la cara por su hija. Demandó de las autoridades investigar y sancionar y estimuló a la pequeña a seguir con sus estudios.
Hizo lo que espera la sociedad de una madre y esa misma sociedad confía en que habrá justicia para ese caso y que las autoridades evitarán que ocurran otros, porque estas “cosas de muchachos” no deben ir más lejos.
Ya está bueno.