Petra Saviñón Ferreras
¿En qué podemos servirle? Preguntó la voz áspera del guardia, la del mismo militar que poco antes me abrió solícito la puerta de las oficinas del Instituto de Protección al Consumidor (Pro consumidor)
-Siéntese, por favor- me requirió en tono gemelo la señora que detrás del mostrador atiende a los usuarios y con la que hablé poco antes
-Estoy leyendo- respondí muy tranquilita y continué allí de pie en mi afán legítimo de orientarme sobre los deberes de las empresas y los derechos del consumidor (y viceversa), que no fue mucho tiempo, porque la dama que me mandó pal’ asiento me dijo que la persona a la que buscaba “se retiró”
Cuando un usuario entra a esas instalaciones, lo primero que ve son dos anuncios grandes y coloridos (supongo que pa’ eso, pa’ que los vean) a modo de orientación. Como desde el sofá en el que estaba sentada no podía leer bien, dudo que alguien pueda hacerlo, me paré.
Juro que no entendí la actitud de esos empleados, porque no concibo que una entidad creada para proteger los derechos de los consumidores coloque promoción en su sede como adorno.
Más grave aun. Es que no entra en discusión que este tipo de cosas coarta el derecho a la información y fíjense dónde me vengo a encontrar con ese intento de limitación. Esa paradoja superba no cabe en estos párrafos.
Tonto sería no admitir que el organismo hace sus esfuerzos, que vela porque el cliente, usuario, consumidor, público y cualquier otro sustantivo más cabría, no quede en indefensión. Sí, todavía falta, como menos burocracia y esperamos que la totalidad llegue pronto.
Todo esfuerzo por mejorar es bueno, plausible, por eso es tan cuestionable que una labor que puede estar más arriba, sea empañada por pendejas como esa. Señores más sentido común.