Usar expresiones despectivas para motivar a la gente a que haga las cosas correctas es una estrategia antigua. Esto si es que aceptamos
que denigrar, ofender, humillar siempre es usado con la intención d lograr que los otros sean mejores.
¿Pero qué tal si la finalidad no es otra que eso mismo, que detractar, un maltrato a propósito disfrazado de ayuda? Si es así estamos ante
una acción perversa, cruel, de daños terribles y a veces irremediables
En el caso de los que lo hacen con buena intención, ¿desconocen que es un arma de múltiples filos y todos cortan a la persona que deben
incentivar?
Aunque en algunos casos resulte, este método siempre deja huellas hondas, tanto en los que han triunfado como y sobre todo, en los
que han fracasado gracias a él.
Lo más peligroso es que las víctimas tienden a replicarlo, o porque lo entienden correcto o porque de forma hasta automática lo usan como
estimulante.
Por eso, gente joven recurre a ese mecanismo de “estimulación” y aquí habría que volver al principio, ¿para de verdad despertar el interés
de progreso o para vejar?
Cuando un profesor usa esta metodología, muchas veces fruto de su impaciencia porque el alumno no aprende con la rapidez que entiende
debería, deja en ese aprendiz una sensación de inutilidad difícil de borrar.
Son esos estigmas los que esta sociedad debe aprender a erradicar desde abajo, desde la génesis, si quiere de verdad seres humanos
asertivos, resilientes, capaces de convivir sin destruirse.